Santa Gertrudis

“Dar a conocer el amor del Corazón de Jesús, está reservado a los últimos tiempos, para que el mundo envejecido y ya torpe en el amor de Dios, vuelva a calentarse” (Santa Gertrudis)

Santa Gertrudis vivió en el siglo XIII en Alemania, y ha sido llamada la Teóloga del Sagrado Corazón en la edad media. Al igual que Santa Margarita, le fue revelado el destino de esta devoción el día de la fiesta de San Juan Evangelista. Estas son sus palabras:

“Hallándose esta persona -dice la Santa- toda ocupada, según su costumbre, en su devoción favorita, el Discípulo a quien tanto amaba Jesús, y que, por lo mismo, debe ser amado de todos, se le apareció, colmándola de mil y mil pruebas de amistad… Ella le dijo: –¿Qué gracia podría yo obtener, miserable de mí, en vuestra dulcísima fiesta? Él la respondió: –Ven conmigo: tú eres la elegida de mi Señor; ven y descansaremos juntos sobre el dulcísimo seno de Jesús, en el cual están encerrados todos los tesoros de la bienaventuranza. Y tomándola consigo la condujo a nuestro tierno Salvador, colocándola a su derecha y retirándose él a su izquierda. Y como ambos reposaran suavemente sobre el pecho del Señor Jesús, el bienaventurado Juan, poniendo el dedo, con respetuosa ternura, sobre el costado del Salvador, dijo: –He aquí el Santo de los Santos, que encierra en sí todos los bienes del cielo y de la tierra… Como ella experimentara delicias inefables al percibir las santísimas y rítmicas pulsaciones con que latía el Corazón divino, dijo a San Juan: –¿Acaso no percibisteis, ¡oh discípulo amado de Jesús!, la armonía y el encanto de estas pulsaciones, cuando reclinasteis la cabeza sobre este bendito pecho? Él la respondió: –Cierto que las percibí y sentí, y que su inefable suavidad penetró mi alma como el aguamiel impregna con su dulzor un bocado de pan tierno; más aún, mi alma se puso tan ardiente como el agua que hierve a borbotones encerrada dentro de una caldera colocada sobre el fuego.¿Por qué, pues -replicó ella-, guardasteis acerca de esto tan perfecto silencio que ni una sola palabra dijisteis por donde pudiéramos conjeturarlo, para provecho de nuestras almas? San Juan le contestó: –Mi misión era presentar a la Iglesia, acerca del Verbo increado de Dios, una sencilla palabra que fuera capaz de satisfacer los anhelos de la inteligencia de todas las generaciones futuras hasta el fin de los siglos, sin que jamás hubiera nadie que pudiera gloriarse de haber agotado plenamente su significado. En cuanto a la dulzura expresada por estas pulsaciones, está reservado a los últimos tiempos el darla a conocer, a fin de que el mundo, entumecido por los años, y entorpecido en el amor de Dios se torne otra vez a calentar”.

José Javier Echave-Sustaeta del Villar

El Arcángel San Miguel confía al Padre Hoyos ser el encargado de la causa de la devoción del Sagrado Corazón de Jesús en la Tierra

//static.flickr.com/8242/8663104585_dd2ee4475b_mEn los días en que el nieto de Luis XIV, Felipe el animoso, luchaba en España por asegurarse el trono que su abuelo le había dispuesto, nacía en Torrelobatón, a cuatro leguas y media de Valladolid, Bernardo de Hoyos. A los 15 años ingresó en la Compañía de Jesús. En mayo de 1733, a la edad de 22años recibió las primeras noticias acerca de la Devoción al Corazón de Jesús. A la mañana siguiente escribe: “el Señor me dijo clara y distintamente que quería por mi medio extender el culto de su Corazón sacrosanto para comunicar a muchos sus dones”. Once días después, o sea, el 14 de mayo, “pidiendo esta fiesta en especial para España, en que ni aún memoria parece que hay en ella, me dijo Jesús: REINARÉ EN ESPAÑA Y CON MÁS VENERACIÓN QUE EN OTRAS PARTES”. Se ordenó sacerdote el 2 de enero de 1735 a los 24 años, y el 29 de noviembre del mismo año moría santamente en el Colegio de San Ignacio de Valladolid.

El Venerable Padre Bernardo de Hoyos, dos meses antes de su muerte, escribía a su director espiritual P. Juan de Loyola, contándole cómo el 29 de septiembre, día de su fiesta, se le apareció el Arcángel San Miguel:

“Nuestro glorioso protector San Miguel, acompañado de innumerable multitud de espíritus angélicos, me certificó de nuevo estar él encargado de la causa del Corazón de Jesús, como de uno de los mayores negocios de la gloria de Dios y utilidad de la Iglesia, que en toda la sucesión de los siglos se han tratado lo que ha que el mundo es mundo. Porque es una alta idea de aquel gran Dios que, habiendo socorrido al género humano por medio de la Encarnación y Pasión de su amado Hijo Jesucristo, quiere se logren sus frutos más copiosamente que hasta aquí por medio del amor al mismo Dios­ Hombre Cristo-Jesús, el cual se ha de avivar grandemente hasta el fin del mundo, por los maravillosos progresos que ha de ir haciendo sin cesar entre mil oposiciones la devoción al Corazón adorable de nuestro amable Salvador”.

“Este misterio escondido a los siglos, este sacramento manifiesto nuevamente al mundo, este designio formado desde la eternidad en la mente divina a favor de los hombres y descubierto ahora a la Iglesia, es uno de los que, por decirlo así, se llevan las atenciones de un Dios cuidadoso de nuestro bien y de la gloria del Salvador; pero para que ésta sea mayor y la obra salga más primorosa permite el Señor las que parecen oposiciones, y son voces que publican ser este asunto todo de la mano del Muy Alto, que saldrá con la suya (así me explicó), con admiración del mundo, que verá cómo juega su eterna sabiduría con los hombres, conduciendo sus encontrados designios a la mayor gloria de su eterno destino”.

“Por esto, pues, es también éste uno de los principales encargos del Príncipe de la Iglesia San Miguel, según me significó; pero lo trata conforme a los consejos de la Divina Providencia. Todo esto entendí el día de su fiesta de Septiembre”.

Este texto del Venerable Padre Hoyos, cuyo proceso de beatificación se halla muy avanzado, da una idea certera de lo que es y será la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

El hecho de que la causa del Corazón de Jesús haya sido encargada a San Miguel es significativo, pues, “es el gran luchador contra el Dragón, su grito de guerra se convirtió en su nombre propio: Mi-ca-el: ¿Quién como Dios? Es quien reivindica los derechos inalienables de Dios”.

También es significativo que San Miguel, encargado de la devoción al Corazón de Jesús en la tierra sea a su vez el custodio especial del pueblo de Israel. Así consta en la Sagrada Escritura, cuando el ángel tutelar de los persas intentaba retener en el desierto a los israelitas por el bien espiritual que de ello resultaba a Persia, mientras el ángel que velaba por el pueblo judío se oponía a ello: “Nadie­ -dijo a Daniel- ha venido en mi ayuda, sino Miguel vuestro príncipe”.

Juan Pablo II peregrinaba el 24 de mayo de 1987 al monte Gargano, donde desde hace quince siglos se da culto al Arcángel. Allí le invocó como “Guardián del pueblo elegido… protector y defensor del Reino de Dios sobre la tierra”.

Con mayor claridad se ve esta misión de San Miguel en la profecía de Daniel: cuando dice: “Y en aquel tiempo se levantará Miguel, el gran Príncipe, que está por los hijos de tu pueblo; y será un tiempo de angustia cual nunca se vio desde que existen gentes hasta entonces; mas en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallaren escritos en el libro”.

Es pues San Miguel el encargado de Israel y de la devoción del Sagrado Corazón en la tierra. ¿Sería aventurado esperar que la vuelta del pueblo elegido a su Dios y su entrada en la Iglesia se realice por el Corazón de Jesús?, como dice Zacarías: “En aquel día derramaré sobre el linaje de David y los habitantes de Jerusalén un espíritu de amor y benevolencia, y entonces me dirigirán la mirada a mí, a quien traspasaron y llorarán como se llora por la muerte de un hijo único. Y habrá una fuente abierta en aquellos días para lavar el pecado y la impureza de la casa de David” (Zacarías 1 2.13).

En un Oficio local del Corazón de Jesús se contiene esta oración:

‘’¡Oh Jesús restaurador del universo!, ved aquí que ha llegado aquel desdichado tiempo en que abundó la iniquidad y se enfrió el amor. ¡Ea! Señor, por el culto de tu Corazón, que en estos miserables tiempos te has dignado revelar como remedio de tantos males, instaura y renueva nuestros corazones: haz que vuelvan los dorados siglos de la caridad primitiva; crea una tierra nueva; renuévalo todo, a fin de que con el nuevo incendio de caridad que arde en tu Corazón, la vejez de los crímenes se borre, y ardan nuestros corazones en tu amor”.

María del Divino Corazón

Nació en Munster (Alemania) de los Condes Droste zu Vischering, y murió superiora del Buen Pastor en Oporto (Portugal), año de 1899. Alma extraordinaria, de quien se sirvió el Corazón de Jesús tras muchas apariciones para inducir a León XIII a la consagración del mundo.

En su carta al Soberano Pontífice escribe:

“La víspera de la Inmaculada Concepción N. Señor me dio a conocer que en virtud de este nuevo desenvolvimiento que tendrá el culto de su divino Corazón hará resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero; y me penetraron el corazón aquellas palabras de la tercera Misa de Navidad: “Quía hodie descendit lux magna super terram”. Parecióme ver (interiormente) que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable, derramaba sus rayos sobre la tierra, primero en un espacio reducido y luego se extendían hasta iluminar el mundo entero, y me dijo: “con el resplandor de esta luz los pueblos y naciones serán iluminados y con su ardor recalentados’”’.

Pío XI

Muy dulcemente sonarán a los oídos deseosos del reino universal del Corazón de Jesús las palabras de este Romano pontífice en su Encíclica “Miserentíssimus Redemptor”, de 8 de mayo de 1928.

“Y mientras esto hacíamos, no solamente poníamos de relieve aquel imperio sumo que Cristo tiene sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y doméstica y sobre cada uno de los hombres, sino que también ya entonces saboreamos de antemano las alegrías de aquel día venturoso, en que todo el orbe, de voluntad y con gusto, se someterá obediente al imperio suavísimo de Cristo Rey”.

Tenemos, pues, afirmado por el Papa el futuro reinado universal del Corazón de Jesús, porque como consta del contexto, el Cristo Rey de esta fiesta no es otro que el divino Corazón.

Al leer las palabras del Pontífice se vienen sin querer a la memoria aquellos pasajes numerosísimos, en que los libros sagrados describen el imperio del Mesías:

“Y dominará de mar a mar; desde el río (Jordán o Éufrates) hasta los confines de la tierra” (Salmo71, 5).

“Y doblarán sus rodillas ante El todos los reyes de la tierra; todas las gentes le servirán” (id.11).

“Y se acordarán y se convertirán al Señor todos los confines de la tierra, y se humillarán ante El todas las familias de las gentes” (Sal.21, 28).

José Javier Echave-Sustaeta del Villar

Para que venga tu Reino, venga el Reino de María

La definición del dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 es, hasta hoy, el acto culminante de la manifestación de las maravillas que el Todopoderoso hizo en Ella, sólo comparable con la proclamación de María Madre de Dios, por el Concilio de Éfeso catorce siglos antes, el año 431. En la perspectiva de los designios salvadores de Dios, la oficial proclamación dogmática, y la subsiguiente confirmación personal en Lourdes, de que la Santísima Virgen es la Inmaculada Concepción, podemos entenderla no sólo como enlace y culminación de la proclamación de Éfeso, sino como el hecho decisivo y singular del que arranca una nueva etapa en la historia de la salvación de los hombres: la era de María.

Y no queremos con ello decir que durante estos casi quince siglos no haya sido María cada vez más venerada e invocada, pues todas las generaciones la han proclamado y la proclamarán bienaventurada hasta el fin del mundo; ni que el conocimiento de su gloria y su devoción no hayan progresado, tanto en el sentir del pueblo cristiano como en la liturgia de la Iglesia. Queremos sí destacar cómo, arrancando de mediados del pasado siglo y a lo largo del presente, tal progresión y desarrollo han experimentado un avance sin precedente, singular no sólo cuantitativa, sino también, y en especial cualitativamente, con respecto a los quince siglos anteriores. Y el hecho providencial, dispuesto por Dios en sus designios de salvación como fundamento y arranque de esta nueva era en la Iglesia podemos concretarlo en el de definir y dar a conocer a la Santísima Virgen María como la Inmaculada Concepción; como la Mujer profetizada en el Génesis, y la Gran Señal en el Cielo, del Apocalipsis.

Cumpliendo la primera de las promesas divinas en el Génesis: «Crearé enemistades entre ti y la mujer y entre tu descendencia y la suya; ella misma te aplastará la cabeza, y tú pondrás asechanzas contra su talón» (Gen. 3. 15), dos protagonistas, tan sólo dos, con sus seguidores, se enfrentan en esta secular y única enemistad puesta por Dios; y llegado el momento de su máximo enfrentamiento, lo hacen ya abiertamente: Satanás, padre de la mentira y artífice de la Revolución, que quiere desterrar a Dios, y ya hoy ha conseguido hacerlo de la vida pública, y María Inmaculada, Auxilio de los cristianos, que ha de aplastarle su cabeza, cuando pretenda morderle su talón.

A los cada vez más audaces engaños y más terribles ataques del primero, responde la Inmaculada con su creciente manifestación y su más eficaz intervención en auxilio de sus hijos, alentándoles en su lucha con la promesa de su triunfo próximo y seguro, preludio del esperado por prometido advenimiento del Reino de Cristo en la tierra.

«Que ese monstruo se agite en supremas convulsiones y acumule todo su furor para morder el pie que le aplasta, no hace sino cumplir la parte de la profecía que le corresponde, y garantizarnos el cumplimiento de la otra parte que toca a su gloriosa triunfadora», dice Enrique Ramière.

La era de la manifestación y gloria de la Inmaculada Virgen María coincide, pues, inicial y temporalmente con el creciente triunfo social y político -que en nuestros tiempos se presenta ya como aparentemente irresistible- de la revolución anticristiana de Lucifer, en su doble aspecto de astuta serpiente o de terrible dragón.

A finales del primer tercio del siglo pasado, en 1830, comienza la manifestación de María Inmaculada, coincidiendo con el triunfo de la Revolución en Europa. Al nuevo embate de 1848 corresponde con la gloriosa definición de su Inmaculada Concepción de 1854, y su confirmación cuatro años después en Lourdes. 1917 es el año de la manifestación del Corazón Inmaculado de María en Fátima, y del triunfo de la Revolución comunista en Rusia. Al peligro de que ésta, no satisfecha con la entrega de media Europa tras la Guerra, extendiera su perversidad a la otra media, respondió Pío XII consagrando el mundo y los pueblos de Rusia al Inmaculado Corazón, aplazando la amenaza:

«En la esperanza de que nuestros deseos sean acogidos favorablemente por el Corazón Inmaculado de María, y apresuren la hora de su triunfo y del triunfo del Reino de Dios».

Tal esperanza no es sino la reiteración de todos sus antecesores en la Sede de Pedro: «Si tenemos alguna esperanza, de María la recibimos», decía Pío IX desterrado en Gaeta, preludio de aquella «esperanza ciertísima y confianza absoluta» en María Inmaculada de la definición de 1854; confirmada por León XIII en su XXV aniversario: «La victoria final será de María», acrecentada, si cabe, por San Pío X: «El triunfo será tanto más espléndido cuanto más acerba fue la persecución», y por el Concilio Vaticano II: «María precede con su luz al peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor» (LG 68).

Es la era de María, como dijo en 1949 Pío XII: «¿Podemos llamar de otra manera al tiempo, a la época en que vivimos, que apellidándolo tiempo y época de la Virgen Nuestra Señora?». O mejor, como reconocía su sucesor:

«En el momento en que el mundo corre hacia el absurdo, la desolación y, quizás hacia la catástrofe, la Iglesia nuevamente muestra a María…» (Pablo VI a Jean Guitton. Notas del Dialogue avec Paul VI).

Es el comienzo de la era de María. Pero no es aún la hora del triunfo de María anunciado por San Luis María de Montfort, sino, más bien los tiempos de peligro, en los que María ha de brillar más que nunca en misericordia, en fuerza y en gracia (TVD. SO).

Así pues, el comienzo de la era de la Inmaculada Concepción, es a la vez, la del triunfo sin igual de Satanás en el mundo por medio de su Revolución irresistible. Pero ambos protagonistas no pueden triunfar al mismo tiempo. Uno debe someterse al otro, que le aplastará la cabeza. Y sabemos que el triunfo se lo concedió Dios a la Mujer Inmaculada desde el paraíso; pero también que ha de aplastar la cabeza de su enemigo, precisamente cuando con las asechanzas de su Revolución triunfante crea estar a punto de poder morder el talón de la Mujer. Esperamos con Pío IX: «Tened por cierto que la Iglesia debe triunfar, y la Revolución perecerá. Los padres matarán a los hijos, los hijos matarán a sus padres, todos los nacidos de la Revolución se devorarán entre sí; los Ángeles, por otra parte, combatirán contra los insensatos, y la Iglesia triunfará. La fe enseña que esta es obra de Dios…».

«Podemos ciertamente esperar que la universal victoria de la Iglesia será el resultado del ataque general que sostiene en este momento y el futuro próximo de la completa manifestación de las glorias de María».

«Pero finalmente mi Corazón Inmaculado triunfará, Rusia será consagrada y se convertirá y un tiempo de paz será dado al mundo».

«¿Quién es ésta que viene como la Aurora que amanece? ». La Aurora no es aún el día, pero anuncia su inminente llegada. Pidamos como el Santo de Montfort: «Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Marlae».

José Javier Echave-Sustaeta del Villar