En las columnas de El Correo Catalán, benemérito y veterano paladín de la buena causa católica y tradicionalista, se publicó el 10 de septiembre del corriente año, un artículo titulado «La revista Cristiandad». Firmábalo el joven e inteligente director del periódico Claudio Colomer Marqués. Cristiandad se ha abstenido hasta ahora de reproducir en sus columnas los no pocos juicios laudatorios que acerca de ella han ido apareciendo en la prensa nacional y extranjera. Pero no hay regla sin excepción, y esta excepción habrá de recaer, por haberlo rogado nosotros a la dirección de la Revista, sobre el artículo del señor Colomer; de manera que nuestros lectores podrán leerlo en las columnas de este número.
Esta excepción verá el lector, así lo confiamos, que nada tiene de arbitraria o de caprichosa. Además, ningún menosprecio significa o implica con respecto a los otros juicios laudatorios que de veras agradecemos y que deseamos fervorosamente convertirlos de benévolos en merecidos.
Si reproducimos el artículo de «El Correo Catalán» es para confesar una deficiencia de Cristiandad; es porque Cristiandad, al pretender en varias ocasiones dar razón de sí misma y de sus procedimientos, en un punto no poco importante, tal vez no ha sabido explicarse con bastante precisión y lucidez; tal vez ha gastado sobra de palabras para expresar un pensamiento, que el señor Colomer capta y transmite al lector en una frase breve, pero certera y pregnante. En algo, con todo, hemos de disentir del señor Colomer, es a saber: en que él da por supuesto que Cristiandad realiza ya lo significado en su feliz expresión, mientras nosotros tenemos conciencia de que en ella, sí, se expresa nuestra aspiración, nuestro ideal, pero por lo que toca a su realización distamos no poco de alcanzarlo.
De actualidad, sí; de actualidades, no
La frase en la cual el periodista, como profesional que es, intenta cifrar la índole característica de Cristiandad, y en la cual, cosa innegable, a través de una realidad imperfecta, sorprende un auténtico pensamiento, es la citada en el epígrafe.
Pregúntase el señor Colomer: «¿Se trata de una revista de actualidad? Entendámonos: de actualidad, sí; de actualidades, no». ¡Actualidad! ¡Actualidades! Si es así, quien vaya a caza de actualidades puede pasar de largo, no se pare a leer Cristiandad; mas quien sienta el deseo de conocer la actualidad, en este deseo comparte el de Cristiandad; este deseo alienta en Cristiandad, y en sus páginas hallará, si no el rico venero de la actualidad, por lo menos amigos y compañeros, que con él trabajarán para satisfacer el deseo.
Corrijámonos. Este rico venero de la actualidad lo podrá hallar el lector benévolo y paciente, en Cristiandad, si no en los escritos propios de la Redacción, en el selecto documental que en todos los números suele insertarse, y que se debe considerar como su núcleo distintivo y substancial. Allí el lector hallará la actualidad, la verdadera y definitiva actualidad según que la señala y declara el Magisterio auténtico de la Iglesia de Jesucristo, y según la entienden y comentan los doctores y escritores cristianos de valor reconocido.
Actualidades, no
Cristiandad no quiere ser, en efecto, una revista de actualidades; no que por sistema tenga en menos las publicaciones que honesta y prudentemente informan al público de los acontecimientos del día; empero jamás fue éste el ideal que la llevó a la existencia.
Nunca jamás fue su propósito el satisfacer en el lector el prurito de enterarse de cuanto ocurra. El hombre moderno siente de esto una manera de necesidad; y ésta se satisface con el conocimiento de lo exterior de los sucesos, con lo «cortical» de los sucesos, como dice, el señor Colomer, ora tenga esta necesidad su origen en el mero instinto de curiosidad innata en el hombre, ora esté acuciada por simpatías o antipatías, por filias y por fobias, por intereses más o menos limitados. Esta necesidad no crea la tendencia a la unidad, conténtase con lo múltiple, conténtase con la noticia del suceso, poco se preocupa por las causas, por las relaciones, por los resultados del suceso, si para conocerlo es necesario pensar.
Actualidad, sí
Como explicación de su frase el señor Colomer propone ejemplos. «… [Cristiandad] no es una revista cortical que le preocupe el último discurso del estadista éste o la última reunión del comité aquél. Precisemos nuevamente; el discurso y la reunión no le preocupan y le preocupan al mismo tiempo. No le preocupan en sí como hechos fugaces y limitados, pero le preocupan en cuanto síntomas o expresiones de la permanente realidad histórica y doctrinal que la revista va sorprendiendo a lo largo de sus números».
Acierta el perspicaz articulista. Cristiandad presume de amar la seriedad, y, no obstante lo limitado de sus fuerzas y de sus recursos, no sabe contentarse con lo cortical, y trabaja porfiadamente por llegar a penetrar hasta el fondo de las actualidades. Ellas aparecen a simple vista inconexas, en un mero sincronismo o en una sucesión casual o carente de sentido, y al pretender explicarlas o motivarlas, en la mayoría de los casos la miopía presuntuosa de un vidente, en amistosa alianza con la frivolidad petulante, se jacta de su perspicacia, cuando en realidad no ha penetrado más allá de lo cortical; y una muchedumbre de alumnos matriculados en la escuela del filosofante sentirán al ritmo de su batuta, optimismo o pesimismo; preverán catástrofes tremebundas o soluciones de inesperado favor; soluciones que se admiten con facilidad y simpatía tanto mayor cuanto que, si no prometen estabilidad de paz y bienestar, por lo menos ofrecen ciertas perspectivas en que sea dado vivir y aún disfrutar de la vida.
Cristiandad para alcanzar a penetrar en el fondo de las actualidades procura en cuanto puede -distando mucho de alcanzarlo siempre- aquilatar el valor sincero de personas, de cosas, de sucesos; las promesas y amenazas que en sí entrañan o que por sus relaciones aportan; el derrotero que siguen al actuarse; el término más o menos previsible hacia el cual se les ve avanzar; etc., etc.
En su trabajo incesante, que si es penoso es fructuoso, Cristiandad se pone en guardia contra las intuiciones instantáneas; contra las visiones de campo limitado, que sólo atiendan a aspectos parciales del acontecer histórico o actual, así como de los factores y elementos que lo engendran o condicionan. Sólo con estas cautelas y con otras parecidas se podrá llegar a vislumbrar o a rastrear lo que se denomina el sentido de la historia; la razón formal, eficiente y final de las vicisitudes vitales del género humano, complicadas y multiplicadas, podemos decir, hasta lo infinito. Y lo que decimos del pasado histórico, no menos debe aplicarse a las actualidades fugitivas de lo presente.
Un ejemplo de la labor de Cristiandad, nos lo señala y sugiere el propio señor Colomer, cuando en su artículo recuerda que «unos cuantos hombres -jóvenes eran entonces, muy jóvenes, amigo señor Colomer, puesto que aún ahora distan de ser viejos- unos cuantos hombres hace varios lustros se impusieron la tarea de entrenarse para ver con claridad los nudos de la confusión político-social que agobia al mundo con la Revolución francesa».
Bien informado está el señor Colomer; en realidad, de aquel grupo de jóvenes, casi niños entonces, han salido la mayor parte de los que hoy forman el modesto núcleo de la redacción de Cristiandad.
¿A dónde iban aquellos ensayos y tentativas?, ¿qué podían prometerse? Lo que podían esperar de sus afanes era por de pronto el alcanzar a formarse concepto propio y definitivo de lo que en realidad de verdad fue la Revolución francesa, de su mentalidad auténtica, de su espíritu genuino. Y era tiempo bien empleado. Porque quien no conoce tal como fue aquella Revolución, jamás poseerá los datos esenciales para darse cuenta exacta de la época en que nos ha tocado vivir. Están saturados nuestros tiempos de la influencia de la Revolución; su mentalidad y su espíritu se imbuyen clandestinamente aun en los medios que le profesan mayor animadversión. La Revolución ha conseguido prolongarse en los tiempos que la siguieron y el ciclo de estos tiempos todavía no se ha cerrado.
Mas he aquí que la mentalidad, el espíritu de la Revolución dista no poco de la simplicidad, es algo no poco complejo; por donde han podido surgir discusiones interminables, no ya solamente sobre su bondad o maldad, sino aun sobre su esencia misma. ¿Qué fue la Revolución francesa? ¿Cuál fue su verdadero objeto? ¿Qué mudanza es la que intentó?, ¿qué es lo que quiso destruir, qué es lo que quiso implantar?
Dejando a un lado a revolucionarios y liberales declarados, hijos reconocidos de la Revolución, que en ella no ven sino bienes -ya que a su parecer los males que en ella hubo comparados con los bienes son como si no fueran- entre los que se profesan católicos no ha habido ni hay uniformidad al enjuiciar la Revolución. Entre ellos la inmensa mayoría no tan sólo la condena en sí misma y en su objeto, mas también la detesta; una minoría -quizá más o menos infiltrada de liberalismo católico- la excusa y aun la absuelve en sí misma y en su objeto propio y directo, aunque abominando de los crímenes e impiedades de los revolucionarios. Para los primeros, la Revolución es en su espíritu y en su mentalidad, impía y antisocial y por ende inexcusable e incapaz de purificación; para los segundos, la Revolución en sí misma no fue sino una conmoción social cuyo objeto fue el derribo de instituciones arcaicas, inservibles y nocivas; los crímenes y las impiedades no fueron efectos de la Revolución en sí misma, sino abusos lamentables, de la misma índole de los acostumbrados en las conmociones populares, aunque de gravedad mayor que la ordinaria.
Para los primeros la Revolución es mala, impía y antisocial en sí misma, en su espíritu y en su mentalidad, reconociendo con todo que ocasional y secundariamente ha podido hacer algún bien, sobre todo quitando graves abusos y tal vez haciendo desaparecer instituciones y procedimientos inadecuados a los tiempos nuevos, que por lo menos reclamaban urgentemente reforma.
No es éste el lugar de reconstruir el examen de los considerandos que preparan a la inteligencia para poder dar dictamen de este problema; lo cual no significa que no tengamos acerca de él juicio formado; cualquier lector medianamente asiduo de Cristiandad lo habrá echado de ver y aun en este mismo artículo habremos de hablar como partidarios decididos de la opinión adversa que a nuestro parecer es la única conforme a los datos que suministra la historia y la única que concuerda con la manera de hablar de la Iglesia.
Mas, prescindiendo en este momento de nuestra manera de pensar, todos cuantos hayan querido y podido dedicar un poco de atención serena, pero seria y ahincada, al examen de la época que se extiende desde el principio del siglo XIX hasta nuestros días; al lapso de tiempo que se conoce con el nombre de mundo actual o contemporáneo, no podrán menos de confesar de consuno que la vida del género humano en este período está casi en su totalidad influida por la Revolución francesa, por su espíritu, por sus ideas. Decimos que todos: así los que en mayor o menor grado la aprueban, la admiran y la aman, por tener abiertas las entradas a su influencia; como los que la condenan, porque aun prescindiendo de las infiltraciones inconscientes de las cuales es casi imposible librarse, para luchar contra ella y sus herederos, se han visto obligados a reformar sus armas, así defensivas, como ofensivas, para adaptarlas a las circunstancias de esta nueva guerra.
Mas ya es hora de sacar las consecuencias de esta digresión. Todo lo dicho patentiza que los jóvenes aludidos, como todos los que se han dedicado al estudio de los tiempos actuales, han de haber sacado el convencimiento de que la Revolución francesa no ha llegado a su término; que perdura en sus efectos, en su influjo poco menos que universal, que es por tanto una verdadera actualidad, una actualidad que actualiza y unifica actualidades del tiempo contemporáneo, por entrañar en sí la explicación y la motivación de su casi totalidad.
La actualidad y nuestros lectores
Más de una vez ha llegado hasta nosotros un benévolo consejo: que actualicemos a Cristiandad; que le demos actualidad. En cambio, el señor Colomer dice de ella que es revista de actualidad, pero no de actualidades, y hemos visto cuán bien y atinadamente acierta a distinguir ambos conceptos. Con riesgo de aburrir al paciente lector hemos trabajado en este artículo en la distinción de uno y otro concepto, hasta hacerlos asunto de una manera de disquisición filosófica.
Y si un amigo lector lleno de buena intención y dotado de sentido práctico, pensara y con franqueza nos dijera que lo conveniente es hacer interesante a la Revista con actualidad o con actualidades, que lo conducente es hacerse leer hasta conseguir aquella amplitud de difusión que baste para hacer que la vida de Cristiandad sea robusta, segura y provechosa al mayor número posible de lectores, le responderíamos: su observación, lector amable, merece atención y gratitud. Nosotros no podemos dejar de desear y de procurar por los medios legítimos y sensatos la mayor difusión de la Revista. De la que ha alcanzado hasta el presente no podemos estar quejosos, ya que supera la que en sus previsiones nos pronosticaban nuestros amigos. Pero a la verdad, lector amigo, si para ganar suscripciones, hubiera de convertirse de revista de actualidad en revista de actualidades, nos condenaríamos a nosotros mismos como a traidores a nuestro ideal.
Buscar la actualidad en las actualidades múltiples e inconexas, es no contentarse con las noticias y con las explicaciones que de ellas se den, en una palabra, con lo cortical, sino procurar llegar al fondo para descubrir su razón de ser y consiguientemente su unidad, que es donde halla descanso la inteligencia. Nosotros tenemos de nuestros lectores tal aprecio que no tan sólo los juzgamos capaces de este proceso de adentramiento que partiendo de las actualidades alcance la actualidad, sino que además no podemos menos de pensar que son tales que sepan disfrutar de la fruición intelectual, que es premio del trabajo que el tal proceso importa.
El ejemplo de la Revolución francesa como actualidad de las actualidades contemporáneas, puede aplicarse a otros muchos casos con toda razón y verdad. Y la persona que educa su inteligencia en labores de tanto provecho intelectual, alcanzará como fruto la verdad humana, que es la de más valor después de la divina, llegará a apasionarse por los nobilísimos goces intelectuales y además implantará y hará arraigar en su espíritu los hábitos de valor inapreciable de la seriedad en el pensar y del acierto en el juzgar modesto y seguro. Bien premiada se sentiría Cristiandad, si con sus desvelos y sacrificios alcanzara que, a la par de sus redactores, sus lectores progresaran en esta afición educativa, en el culto austero de la verdad, de que nos habla el insigne Donoso Cortés.
Confiamos en que Cristiandad jamás se desviará de su ideal de seriedad. Su deber y su honor lo exigen. Mas eso no quiere decir que no deba al propio tiempo poner empeño en hacerse agradable a sus lectores. La seriedad no es rigidez. La perfección a que aspiramos consistirá en la junta, en la fusión de lo serio del fondo con lo agradable y atractivo de la forma y de la expresión. ¿La alcanzaremos? Dios lo quiera. Nuestra obligación es procurarla con la bendición de Dios y el auxilio de nuestros amigos.
La realeza de Cristo, suprema actualidad
Cuando Cristiandad ha llegado al número 62 de su publicación puede parecer tiempo y trabajo perdido el que gastemos en precaver a nuestros lectores contra una comprensión deficiente de lo que hemos ido diciendo en el presente artículo. Mal interpretaría nuestro pensamiento aquel que se forjara la imaginación de que Cristiandad quiere ser una revista, diríamos, de filosofía de la historia. Ciertamente, el ejemplo de estudio sobre la Revolución francesa, su índole y su actualidad que hemos aducido, si en él nos detuviéramos ofrecería fundamento a esta clasificación.
Mas él no significa, sino que Cristiandad admite en sus columnas los estudios de la filosofía de la historia, que la aprecia en su verdadero valor, y que la reconoce como una preparación y un camino para un más allá.
Actualidad, sí; pero la actualidad cuyo conocimiento aprecia en grado sumo, que desde el primer número declaró querer confesar y propagar como ideal, es la suprema actualidad de la Realeza de Cristo. En dos artículos de Cristiandad, hemos demostrado y declarado esta suprema actualidad, sin más mérito que el de ir poco menos que transcribiendo las palabras de los romanos pontífices.
La actualidad de la Realeza de Cristo en la época actual no es tal como la de la Revolución francesa, tal como la hemos visto dominando la vida toda del género humano. La característica de los tiempos actuales es la rebelión contra la Realeza de Cristo, el intento porfiado de las naciones de emanciparse de Cristo Rey. La libertad proclamada y propagada por la Revolución francesa es la negación más o menos hipócrita de la fe de Cristo, porque encadena la razón; de la obediencia a la Iglesia de Cristo, porque es contraria a la dignidad del hombre e impide su desarrollo perfectivo. Con Jesucristo en abstracto tal vez se transigiría, pero con Jesucristo, que confió al Papa el mandato exclusivo de representarle en su autoridad divina ante el género humano, con la afirmación de que la Iglesia católica es la única Iglesia de Jesucristo, no hay transacción posible. Que abdique el Papa su autoridad exclusiva, es decir, que deje de ser Papa y el mundo nacido de la Revolución francesa le reconocerá como jefe de una de las religiones legítimas, más aún, como elprimus inter pares. Que Jesucristo destruya su obra, que renuncie a su soberanía, o la delegue en la humanidad, que otorgue una Constitución democrática, que la asamblea de la humanidad tenga potestad para modificar y abrogar leyes divinas y naturales a su talante, y el problema religioso planteado por la Revolución quedará resuelto automáticamente.
Este es, lector querido, el espíritu, la mentalidad que la Revolución francesa ha inoculado en las venas de la humanidad. Este es el laicismo, que en expresión de Pío XI es una peste, una infección que va invadiendo el cuerpo social.
Entonces, ¿en qué consistirá la actualidad suprema de la soberanía de Jesucristo? Consiste precisamente en que la soberanía de Cristo, su acatamiento por los pueblos y naciones, por el género humano, es el único remedio del mundo actual, el antídoto contra el veneno de rebelión inoculado por la Revolución. Sujétese el mundo a este divino régimen y recobrará la salud, y alcanzará la verdadera paz. Pax Christi in Regno Christi.
Mas la soberanía de Cristo, no tan sólo es actualidad de remedio, es además actualidad de esperanza. Lector amigo, si quieres convencerte de ello, lee y medita los artículos arriba citados, es decir, las palabras de los vicarios de Cristo, de las cuales no quisieran ser sino un eco, un altavoz, las páginas de Cristiandad.
P. Ramón Orlandis, S.I.